lunes, 14 de julio de 2008

LOS MISTERIOS DE LA VIDA Y DE LA MUERTE.


LOS MISTERIOS DE LA VIDA Y DE LA MUERTE
Samael Aun Weor
Voy hablar hoy sobre los misterios de la vida y de la muerte, es este el objetivo claro de esta plática. Vamos hacer una plena diferenciación entre lo que es la Ley del Eterno Retorno de todas las cosas, la Ley de la Trasmigración de las Almas, la Ley de Reencarnación, etc.
Ha llegado el momento de desglosar ampliamente todas estas cosas, a fin de que los estudiantes se mantengan bien informados. Es obvio que lo primero que uno necesita saber en la vida es de donde viene, para donde va y cual es el objeto de la existencia; para que existimos, por que existimos, etc., etc., etc.
Incuestionablemente, si queremos nosotros saber algo sobre el destino que nos aguarda, sobre lo que es la vida en sí, es indispensable, primero que todo, saber que es lo que somos; eso es urgente, inaplazable, impostergable.
El cuerpo físico en sí mismo no es todo. Un cuerpo está formado por órganos, cada órgano está compuesto por células, a su vez cada célula esta compuesta por moléculas e cada molécula por átomos. Si fraccionamos cualquier átomo, liberamos energía. Los átomos en sí mismos se componen de iones, que giran alrededor de los electrones, de protones, de neutrones, etc., etc., etc. Todo eso lo sabe la física nuclear. En última instancia, el cuerpo físico se resume en distintos tipos y subtipos de energía, y eso es interesantísimo.
El mismo pensamiento humano es energía. Del neo-palial en el cerebro salen determinadas ondas que pueden ser sabiamente registradas. Sabemos que los científicos miden las ondas mentales con aparatos muy finos, se las catalogan en forma de micro voltios.
Así pues, en última instancia, nuestro organismo se resume en diversos tipos y subtipos de energía. La llamada materia no es más que energía condensada. Por eso dijo Einstein : E = m.c2 (energía es igual a masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado); también afirmó en forma enfática que la masa se transforma en energía y la energía se transforma en masa. Así, en última síntesis, la llamada materia no es más que energía condensada.
El cuerpo físico tiene un fondo vital orgánico. Quiero referirme en forma enfática al Lingan-Sharira de los Teósofos, la condensación bio-termo-electromagnética. Cada átomo del cuerpo vital penetra dentro de cada átomo del cuerpo físico y lo hace vibrar y centellear. El doble vital o cuerpo vital es realmente una especie de doble orgánico.
Si por ejemplo un brazo de ese doble vital se sale del brazo físico, sentimos que la mano se nos «duerme», que el brazo se nos «duerme». Pero al volver ese brazo vital a entrar en el brazo físico, al penetrar cada átomo del cuerpo vital dentro de cada átomo del cuerpo físico, se produce una vibración, como la que se siente cuando se le «duerme» un brazo y quiere «despertarlo» - una especie de «hormiguero».
Si se le sacara definitivamente el cuerpo vital a una persona física y no se le volviese a traer, moriría la persona física.
Así que resulta interesante esto del cuerpo vital. Sin embargo, tal cuerpo no es más que la sección superior del cuerpo físico, es, dijéramos, la parte tetradimensional del cuerpo físico. Los Vedantinos consideran al cuerpo vital y al físico como un todo, como una unidad.
Un poco mas allá de este cuerpo físico, con su asiento vital orgánico, tenemos nosotros al Ego. El Ego es una suma de diversos elementos inhumanos que en nuestro interior cargamos. Es obvio que a tales elementos los denominamos ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza, gula, etc., etc., etc.
Son tantos nuestros defectos, que aunque tuviéramos mil lenguas para hablar y un paladar de acero, no acabaríamos de enumerarlos a todos cabalmente.
Así pues que el Ego no es más que eso. Hay gentes que entronizan al Ego en el corazón, que le hacen un altar y le adoran... Son equivocados sinceros que suponen que el Ego en sí mismo es divinal, y en esto están perfectamente equivocados. Hay quienes dividen al Yo en dos, Yo Superior y Yo Inferior; y quieren que el Yo Superior controle al Yo Inferior. No quieren darse cabal cuenta tales personas de que sección superior y sección inferior de una misma cosa, pues son la misma cosa.
El Yo en sí mismo es tiempo, el Yo en sí mismo es un libro de muchos tomos. En el Yo están todas nuestras aberraciones, todos nuestros defectos, aquello que hace de nosotros verdaderos animales intelectuales en el sentido más completo de la palabra.
Algunos dicen que el Alter Ego es divino, y lo adoran. Es otra forma pues de buscar escapatorias para salvar al Yo, para minimizarlo. El Yo es el Yo, y eso es todo.
La muerte en sí misma, realmente, es una resta de quebrados. Terminada la operación matemática, lo único que continúa son los valores. Estos valores son positivos y negativos también. Los hay buenos y malos. La eternidad se los traga, los devora. En la luz astral los valores se atraen y repelen de acuerdo con las leyes de imantación universal.
Los valores son los mismos elementos inhumanos que constituyen el Ego. Estos elementos a veces chocan entre sí, o simplemente se atraen o repelen.
La muerte es el regreso al punto original de partida. Un hombre es lo que es su vida; si un hombre no trabaja su propia vida, si no trata de modificarla, está perdiendo el tiempo miserablemente. Un hombre no es más que esto, lo que es su vida. Nosotros debemos trabajar nuestra propia vida, para hacer de ella una obra maestra.
La vida es como una película; cuando termina la película, nos la llevamos para la eternidad. En la eternidad, revivimos nuestra propia vida que acaba de pasar. Durante los primeros días el desencarnado, el difunto, suele ir a la casa donde murió, y hasta habita en ella. Si murió por ejemplo a los ochenta años, seguirá viendo sus nietos, sentándose a la mesa, etc. Es decir, el Ego está perfectamente convencido de que aún esta vivo y no hay nada en la vida que logre convencerlo de lo contrario.
Para el Ego, nada ha cambiado, desgraciadamente. Él ve la vida como siempre. Sentado por ejemplo ante la mesa del comedor, pedirá sus alimentos acostumbrados. Obviamente, no lo verán sus dolientes, pero en el subconsciente si, responderán. En su subconsciente, pondrán a la mesa los indicados alimentos.
Es obvio que no van a poner alimentos físicos, eso seria imposible, pero sí pondrán formas mentales, muy similares a los alimentos que el difunto acostumbraba a consumir.
El desencarnado puede ver un velorio, pero jamás supondría que ese velorio tenga algo que ver con él. Piensa que el velorio corresponde a alguien que murió, a otra persona, más nunca creería que correspondería a él. Él se siente tan vivo, que ni remotamente sospecha su defunción.
Sale a la calle y verá las calles tan absolutamente iguales, que nada podría hacerlo pensar que ha sucedido algo. Si va a una iglesia, verá allí el cura diciendo misa, asistirá al rito y muy tranquilo saldrá de la iglesia perfectamente convencido de que está vivo. Nada podría hacerlo pensar que está muerto. Aún más, si alguien le hiciese tamaña afirmación, él sonreiría escéptico, incrédulo, no aceptaría la afirmación que se le hiciese.
El difunto tiene que revivir en el mundo astral toda la existencia que acaba de pasar. Pero la revive de una forma muy natural y a través del tiempo. El difunto, identificado con la misma, en la verdad saborea cada una de las edades de la vida que terminó.
Si era de ochenta años, por ejemplo, por algún tiempo seguirá acariciando sus nietos, sentándose a la mesa, acostándose en su consabida cama, etc. Pero a medida en que va pasando el tiempo, él va adaptándose a otras circunstancias de su propia existencia. Pronto se verá viviendo a la edad de los 79 años, de los 77, 60, etc. Y si vivió en otra casa a la edad de 60 años, se verá viviendo en aquella otra casa, y dirá lo mismo que dijo, y hasta asumirá el mismo aspecto psicológico que tenía a los 60 años. Y si a los 50 años vivió en otra ciudad, pues allí se verá, reviviendo en esa otra casa y así sucesivamente al tiempo que su aspecto psicológico, su fisionomía, va transformándose de acuerdo con la edad que tenga que revivir.
A la edad de 20 años, tendrá exactamente la misma fisionomía que tuvo cuando era de 20 años, y a la edad de 10 años se verá hecho un niño... Y cuando llegue el instante pues en que haya terminado de revisar su existencia pasada, su vida toda quedará reducida a sumas y restas de operaciones matemáticas. Eso es muy útil para la Conciencia.
En estas condiciones el difunto tendrá prácticamente que presentarse ante los tribunales de la Justicia Objetiva, o de la Justicia Celestial. Tales tribunales son perfectamente distintos a los de la justicia subjetiva o terrenal. En los tribunales de la Justicia Objetiva solo reina de verdad la ley y la misericordia, porque es obvio que al lado de la justicia siempre está la misericordia.
Tres caminos se abren ante el difunto:
• Unas vacaciones en los mundos superiores para gentes que lo merecen.
• Retornar en forma mediata o inmediata a una nueva matriz.
• Descender a los mundos infiernos hasta la Muerte Segunda de que habla el Apocalipsis de San Juan y el Evangelio del Cristo.
Obviamente, quienes logran el ascenso a los mundos superiores, pasan por una temporada de gran felicidad.
Normalmente el Alma, o Conciencia, se encuentra embotellada entre el Yo de la psicología experimental, entre el Ego que, como ya dije a ustedes, es una suma de diversos elementos inhumanos. Mas sucede que aquellos que suben a los mundos superiores, abandonan al Ego temporalmente. En esos casos el Alma, o Conciencia, o Esencia, o como queramos llamarla, sale de ese calabozo horrible que es el Ego, el Yo, para ascender al famoso Devachan de que nos hablaron los indostanes; una región de felicidad inefable, en el mundo de la mente superior del Universo. Allí se goza de una auténtica felicidad. Allí se encuentran los desencarnados con sus familiares que abandonaron en el tiempo. Encuéntranse con lo que es, dijéramos, el alma de ellos.
Posteriormente, la Conciencia, o Esencia, o Alma, abandona también el mundo de la mente, para entrar en el mundo de las causas naturales. El Mundo Causal es grandioso, maravilloso. En el Mundo Causal resuenan todas las armonías del Universo; allí se siente en verdad las melodías del Infinito. Sucede que en cada planeta hay múltiples sonidos, pero todos ellos entre sí sumados dan una nota síntesis, que es la nota clave del planeta. El conjunto de notas clave de cada mundo resuena maravillosamente en el coral inmenso del espacio estrellado. Esto produce un goce inefable en la Conciencia de todos aquellos que disfrutan la dicha en el Mundo Causal.
También encontramos en el mundo de las causas naturales a los Señores de La Ley, que castigan o premian a los pueblos y a los hombres. Encontramos, en el mundo de las causas naturales, a los verdaderos Hombres, a los Hombres Causales; allí los hallamos, trabajando por la Humanidad.
Encontramos en el mundo de las causas naturales a los Principados, los príncipes de los elementos, del fuego, del aire, de las aguas y de la tierra.
La vida palpita intensivamente en el mundo de las causas naturales, el Mundo Causal es precioso. Un azul profundo, intenso, como el de una noche llena de estrellas, iluminada por la luna, resplandece siempre en el mundo de las causas naturales. No quiero decir que no hayan otros colores, sí los hay, pero el color básico fundamental es el azul intenso, profundo, de una noche luminosa, estrellada.
Quienes viven en esa región, son felices en el sentido más trascendental de la palabra. Pero todo premio a la larga se agota, cualquier recompensa tiene un límite, y llega el instante que el Alma que ha entrado al Mundo Causal debe retornar, regresar, e descenderá lamentablemente para meterse nuevamente dentro del Ego, dentro del Yo de la psicología experimental.
Posteriormente esta clase de Almas vienen a impregnar el huevo fecundado, para formar un nuevo cuerpo físico, se reincorporan en un nuevo cuerpo físico, vuelven al mundo.
Otro es el camino que aguarda a los que descienden a los mundos infiernos. Se trata de gentes que ya cumplieron su tiempo, su ciclo de manifestaciones, o que fueron demasiado perversas. Tales gentes involucionan indubitablemente, dentro de las entrañas de la tierra.
El Dante Allíghieri nos habla, en su Divina Comedia, de los nueve círculos dantescos; y él ve esos nueve círculos dentro del interior de la tierra.
Nuestros antepasados de Anahuac, en la gran Tenochtitlán, hablan claramente del Mictlán, la región infernal, que ellos también ubican en el interior mismo de nuestro globo terrestre. A diferencia pues de algunas otras sectas o religiones, para nuestros antepasados de Anahuac, como hemos visto en sus códices, el paso por el Mictlán es obligatorio, y lo consideran sencillamente como un mundo de probación, donde las almas son probadas. Y si logran pasar por los nueve círculos, incuestionablemente ingresarán al Edén, o sea, al paraíso terrenal.
Para los Sufis mahometanos, el Infierno no es tampoco un lugar de castigo, sino de instrucción para la Conciencia, y de purificación.. Para el Cristianismo, en todos los rincones del mundo, el Infierno es un lugar de castigo y de penas eternas. Sin embargo, el círculo secreto del cristianismo, la parte oculta de la religión cristiana, es diferente.
En la parte oculta de cualquier movimiento cristiano, en la parte íntima o secreta, se encuentra la Gnosis. El Gnosticismo Universal ve el Infierno no como un lugar de penas eternas y sin fin, sino como un lugar de expiación, de purificación y de ilustración a su vez, para la Conciencia.
Obviamente, tiene que haber dolor en los mundos infiernos, puesto que la vida es terriblemente densa dentro del interior de la tierra, sobre todo en el noveno círculo, donde está este núcleo concreto de una materia terriblemente dura; allí se sufre lo indecible... En todo caso, quienes ingresan en la involución sumergida del reino mineral, tarde o temprano deben pasar por eso que se llama, en el Evangelio Cristico, la Muerte Segunda.
No hemos pensado jamás, en el Gnosticismo Universal, al estudiar esa cuestión del Infierno Dantesco, en que no tenga un limite el castigo. Consideramos que Dios, siendo eternamente justo, no podría cobrarle a nadie más de lo que debe, pues toda culpa, por grave que sea, tiene un precio y, pagado su precio, nos parecería absurdo seguir pagando. Aquí mismo, en nuestra justicia terrenal, siendo una justicia perfectamente subjetiva, vemos que si un preso entra en la cárcel, por tal o cual delito, una vez que pagó su delito, se le da la boleta de libertad. Ni las mismas autoridades terrenales aceptarían que un preso continuara en la cárcel después de haber pagado su delito. Se ha dado casos de presos que se acomodan tanto en la prisión, que llegado el día de su salida, no han querido salir. Entonces ha habido que sacarlos a la fuerza.
Así que toda falta, por muy grave que sea, tiene un precio. Si los jueces terrenales saben esto, cuanto más no lo sabría la justicia divinal. Por muy grave que tenga sido el delito o los delitos que alguien haya cometido, pues tiene su precio. Si no fuera así, Dios seria entonces un gran tirano, y bien sabemos nosotros que al lado de la Justicia Divina nunca falta la Misericordia. No podríamos en modo alguno pues cualificar a Dios como tirano, tal proceder seria equivalente a blasfemar, y a nosotros, francamente, no nos gusta la blasfemia.
La Muerte Segunda es pues el limite del castigo, en el infierno dantesco. Que este Infierno se le llame Tartarus en Grecia, o Averno en Roma, o el Avitchi en el Indostán, o el Mictlán, en la antigua Tenochtitlán, importa poco. Cada país, cada religión, cada cultura, ha sabido de la existencia del Infierno, y le ha calificado siempre con algún nombre.
Para los antiguos habitantes de la gran Hesperia, como vemos nosotros al leer la divina Eneida de Virgilio, el poeta de Mantua, el Infierno es la morada de Plutón, la región cavernosa donde Eneas el troyano, encontrara a Dido, aquella reina que se mató por amor, enamorada del mismo, después de haber jurado lealtad a las cenizas de Siqueo.
La Muerte Segunda en sí misma, suele ser muy dolorosa. El Ego siente que se vuelve pedazos, se caen sus brazos y piernas, sufre un desmayo tremendo. Momentos después, la Esencia, o lo que hay de alma metida dentro del Ego, queda libre, ya que el Ego se reduce a polvareda cósmica...
Emancipada la Esencia, asume una hermosísima figura infantil llena de radiante belleza; este es el instante solemne en que los Devas de la naturaleza examinan la Esencia liberada.
Después de haber ellos comprobado hasta la saciedad de que ya no posee ningún elemento subjetivo, infrahumano, le conceden boleta de libertad; otorgan al alma la dicha de la liberación.
Instantes felices son aquellos en que el alma del fallecido penetra por ciertas puertas atómicas que le permiten de inmediato la salida a la luz del sol. Entonces la Esencia ya libre, convertida en elemental de la naturaleza, reinicia una nueva evolución.
Elementales de la Naturaleza, los hay de varias clases. Como autoridades en esta materia, tenemos a Franz Hartmann (es bastante interesante su libro «Los Elementales»), tenemos a Paracelso, el gran médico, Felipe Teophrastus Bombastus de Honnenheim, Aureola Paracelso. En todo caso, los elementales son las conciencias de los elementos, porque bien sabemos que los elementos fuego, aire, agua y tierra, no son algo meramente físico como suponen los ignorantes ilustrados, sino más bien, dijéramos, un vehículo de conciencias sencillas, simples, primigenias, en el sentido más transcendental de la palabra. Así que los elementales son los principios conscientivos de los elementos, en el sentido transcendental o esencial de la palabra, y eso es todo. Ahora bien, continuemos con nuestra explicación.
Obviamente, quienes han pasado por la Muerte Segunda, salen a la superficie del mundo, reinician nuevos procesos evolutivos, que indubitablemente habrán de empezar por el mineral, la piedra, proseguirán por lo vegetal, continuarán con el animal y por último tendrán acceso a la vida humana, o sea, se reconquistará el estado de humano, o humanóide, que otrora se perdiera.
Resulta interesantísimo ver a eses gnomos o pigmeos entre las rocas, parecen pequeños enanitos, con sus grandes ojos y su luenga barba blanca. Obviamente, eso que nosotros decimos, dicho en pleno siglo XX, resulta bastante extraño... Porque la gente se ha vuelto ahora tan complicada, la mente se ha desviado tanto de las sencillas verdades de la Naturaleza, que difícilmente puede aceptar de buena gana estas cosas. Más bien ese tipo de conocimiento lo aceptan las gentes simples y sencillas, aquellos que no tienen complicaciones tantas en el intelecto.
En todo caso, quiero decirles que los elementales minerales, cuando ingresan en la evolución vegetal, se hacen interesantísimos. Cada planta es el cuerpo físico de un elemental vegetal. Esos elementales de las plantas tienen conciencia, son inteligentes, y hay grandes esoteristas que saben manejarlos o manipularlos a voluntad. Resultan bellísimos. Quienes los conocen, pueden por medio de ellos actuar sobre los elementos de la Naturaleza.
Un poco más allá de los elementales vegetales, tenemos a los elementales del reino animal. Indubitablemente, solo los elementales vegetales avanzados tienen derecho a ingresar en organismos animales. Se comienza la evolución en el reino animal por organismos simples, sencillos, pero a medida en que se va evolucionando, se va también complicando la vida, y llega el instante en que el elemental animal puede tomar cuerpos orgánicos muy complejos. Posteriormente, se reconquista el estado humano que otrora se perdiera.
Al llegar a este estadio, se le asigna a los elementales, a la Esencia, a la Conciencia, o Alma, o como ustedes quieran definir, ciento y ocho vidas nuevamente, para su Auto-realización íntima. Si durante las nuevas 108 vidas no se consigue la Auto-realización íntima del Ser, prosigue la rueda de la vida girando... Entonces se desciende nuevamente entre las entrañas del reino mineral, con el propósito de eliminar de la Esencia los elementos indeseables que de una u otra forma se adhirieron a la psiquis. Y se repite el mismo proceso... Conclusión: la rueda gira 3000 veces.
Si en 3000 ciclos de 108 vidas cada uno, no se auto-realizan las Esencias, toda puerta se cierra, y la Esencia misma, convertida simplemente en un elemental inocente, se sumerge entre el seno de la Gran Realidad, es decir, entre el gran Alaya del Universo, entre el Espíritu Universal de vida o Parabrahatman, como le denominan los indostanes, la Gran Realidad.
Esta es la vida pues de los que descienden al interior de la tierra después de la muerte. Vemos pues que después de la desencarnación, unos suben a los mundos superiores para unas vacaciones, otros descienden entre las entrañas de la tierra, hay otros que retornan en forma mediata o inmediata, se reincorporan, vuelven para repetir su existencia aquí en este mundo.
Mientras uno tenga que retornar o regresar, tiene que repetir su propia vida. Ya vimos que la muerte es el regreso al punto de partida original. Ya les expliqué también que, después de la muerte, en la eternidad, en la luz astral, tenemos que revivir la vida que acaba de pasar; ahora les diré que al volver, al retornar, al regresar, tenemos que repetir nuevamente, sobre el tapete de la existencia, toda nuestra misma vida.
En el primer caso, mencioné únicamente la Ley de la Transmigración de las Almas; que aquellos que cumplían el ciclo de 108 existencias, que les tocaba descender entre las entrañas del mundo y posteriormente, muerto el Ego, volverían a evolucionar desde el mineral hasta el hombre. Esta es la Doctrina de la Trasmigración.
Ahora estoy hablando de la Doctrina del Eterno Retorno de todas las cosas, junto con esa otra ley, la Ley de Recurrencia. Si uno, en vez de descender entre las entrañas del mundo, retorna en forma mediata o inmediata aquí al mundo, es obvio que tendrá que repetir, sobre el tapete de la existencia, su misma vida, la vida que finalizó.
Ustedes me dirán que eso es demasiado aburridor, todos estamos aquí repitiendo lo que hicimos en la pasada existencia, en el pasado retorno. Sí, es tremendamente aburridor, pero los culpables somos nosotros mismos porque, como ya les he dicho, un hombre es lo que es su vida. Si nosotros no modificamos la vida, tendremos que estar repitiéndola incesantemente.
Desencarnamos y volvemos a tomar cuerpo. ¿Para qué? Para repetir lo mismo. Y volvemos a desencarnar y a tomar cuerpo, para repetir lo mismo, hasta que llega el día en que tenemos que ir con nuestra «música» a otra parte. Tendremos que descender entre las entrañas del mundo, hasta la Muerte Segunda.
Pero uno puede evitar esta repetición. Tal repetición es lo que se conoce como la Ley de Recurrencia, todo vuelve a ocurrir tal como sucedió. Pero ¿por qué?, dirán ustedes, ¿por que tiene que repetirse lo mismo? Bueno, esto merece una explicación.
Ante todo, quiero que sepan que el Yo no es algo autónomo, auto-consciente o individual; ciertamente, el Yo es una suma de «yoes», en plural. La psicología común y corriente, la psicología oficial, piensa en el Yo como una totalidad. Nosotros pensamos en el Yo como una suma de yoes. Porque uno es el yo de la ira, otro es el yo de la codicia, otro es el yo de la lujuria, otro es el yo de la envidia, otro es el yo de la pereza, otro es el yo de la gula; son distintos yoes, no hay un solo Yo, sino varios yoes dentro de nuestro organismo.
Es obvio que la pluralidad del Yo sirve de fundamento pues a la Doctrina de los Muchos, tal como es enseñada en el Tíbet Oriental. En apoyo de la Doctrina de los Muchos está el Gran Kabir Jesús. Dicen que El sacó del cuerpo de María Magdalena siete demonios, no hay duda de que se trata de los siete pecados capitales: ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza, gula. Cada uno de esos siete es cabeza de legión y, como ya les dice, aunque tuviéramos mil lenguas para hablar y paladar de acero, no alcanzaríamos a enumerar todos nuestros defectos cabalmente.
Cada defecto es un yo en sí mismo. Así tenemos a muchos yoes-defectos. Si calificamos a tales yoes-defectos de demonios, pues no estaremos equivocados. En el Evangelio Crístico, se le pregunta a poseso por su nombre verdadero y el contesta: «soy legión, mi verdadero nombre es legión».
Así, cada uno de nosotros en el fondo es legión, y cada yo-demonio de la legión quiere controlar el cerebro, quiere controlar los siete centros principales de la máquina orgánica, quiere descollar, subir, llegar al tope de la escalera, hacerse sentir, etc.
Cada yo-demonio es como una persona dentro de nuestro cuerpo. Si decimos que dentro de nuestra personalidad viven muchas personas, no estamos equivocados; en verdad, así es.
Así que la repetición mecánica de los diversos eventos de nuestra pasada existencia, se debe ciertamente a la multiplicidad del Yo.
Vamos a situar casos concretos. Supongamos que en la pasada existencia, a la edad de 30 años, nos peleamos con otro sujeto en la cantina, caso común de la vida. Obviamente, el yo-defecto de la ira fue el personaje principal de la escena. Después de la muerte, este yo-defecto continúa en la eternidad, y en la nueva existencia ese yo-defecto permanece en el fondo de nuestra subconciencia, aguardando que llegue la edad de los 30 años para volver a una cantina; en su interior hay resentimiento, y desea encontrarse al sujeto de aquel evento. A su vez, el otro sujeto que tomó parte de aquel trágico evento cantinero, también tiene su yo, el yo que quiere vengarse, que permanece en el fondo de la subconsciencia, aguardando el momento de entrar en actividad.
Conclusión, al llegar a la edad de los 30 años, el sujeto, o mejor dicho, el yo del sujeto, el yo-ira, el yo que tomó parte de aquel evento trágico, metido en el subconsciente dice: «tengo que encontrarme con aquel»; a su vez, el dice: «tengo que encontrarme con ese»... Y telepáticamente se hablan y se ponen de acuerdo, y al fin se dan telepáticamente cita en alguna cantina. Se encuentran físicamente, personalmente, en la nueva existencia y repiten la escena, tal como sucedió en la pasada existencia.
Todo esto se hace a espaldas de nuestro intelecto, por debajo de nuestro razonamiento. Sencillamente, hemos sido arrastrados a una tragedia, hemos sido llevados inconscientemente a repetir lo mismo.
Ahora, tengamos el caso de que alguien, a la edad de los 30 años en su pasada existencia, tuvo una aventura amorosa, un hombre que tuvo una aventura con una dama. El “Yo” aquel de la aventura continua vivo después de la aventura, y después de la muerte continua vivo en la eternidad. Al regresar, al reincorporarnos en un nuevo organismo, aquel yo de la aventura sigue vivo, aguarda en el fondo del subconsciente, en los repliegues más bien inconscientes de la vida, de la psiquis, el momento de entrar en nueva actividad.
Al llegar a la edad de la aventura pasada, es decir, a los 30 años, dice: «Bueno, este es mi momento. Ahora voy a salir a buscar la dama de mis ensueños...». A su vez, el yo de la dama de sus ensueños, el yo de la aventura, dice lo mismo: «este es mi instante, voy a buscar aquel caballero...» Y, por debajo de la conciencia, los dos yoes arreglan la cita telepáticamente e arrastran cada uno la personalidad; todo eso a espaldas de nuestra inteligencia, a espaldas del ministerio de la intelectualidad. Viene el encuentro y se repite la aventura.
Así que nosotros, en verdad, aunque parezca increíble, no hacemos nada, todo nos sucede, como cuando llueve, como cuando truena.
Un pleito que uno haya tenido en su pasada existencia por bienes terrenales, una casa por ejemplo; el yo de aquel pleito después de la muerte sigue vivo, y en la nueva existencia sigue vivo, escondido entre los repliegues de la mente, aguardando el instante de entrar en actividad. Si el pleito fuera a la edad de 50 años, el aguarda que llegue a los 50 años y dice: «llegó mi momento». Seguro que el otro con quien tuvo el pleito también dice lo mismo, en este mismo instante, y se reencuentran para otro pleito y se repite la escena.
Entonces nosotros ni siquiera tenemos un libre albedrío, todo nos sucede, repito, como cuando llueve o como cuando truena. Hay un pequeño margen de libre albedrío, muy poco. Imaginen ustedes, por un momento, un violín metido dentro de un estuche; hay un margen mínimo para ese violín. Así también es nuestro libre albedrío, casi nulo. Lo que hay es un pequeño margen, casi imperceptible, que se lo sabemos aprovechar, puede suceder que entonces nos transformemos radicalmente y nos liberemos de la Ley de Recurrencia.
Hay que saberlo aprovechar. ¿Como? Pues en la vida práctica tenemos nosotros que volvernos un poquito más auto observadores. Cuando uno acepta que tiene una psicología propia, comienza a observarse a sí mismo, y cuando alguien comienza observarse a sí mismo, comienza también a volverse diferente a todo el mundo. Es en la calle, es en la casa, es en el trabajo, donde nuestros defectos, esos defectos que llevamos escondidos, afloran espontáneamente. Y si estamos alertas y vigilantes como el vigía en época de guerra, entonces los vemos.
Defecto descubierto, debe ser enjuiciado, a través del análisis, de la reflexión, de la meditación íntima del Ser, con el objetivo de comprenderlo. Cuando uno comprende a tal o cual yo-defecto, entonces está debidamente preparado para desintegrarlo atómicamente.
¿Es posible desintegrarlo? Sí, es posible, pero necesitamos de un poder que sea superior a la mente, porque la mente por sí misma no puede alterar fundamentalmente ningún defecto psicológico. Puede rotularlo con distintos nombres, puede pasarlo de un nivel a otro del entendimiento, pude ocultarlo de sí misma o de los demás, puede justificarlo, o condenarlo, etc., pero jamás alterarlo radicalmente.
Necesitamos de un poder que sea superior a la mente, un poder que pueda desintegrar cualquier yo-defecto, ese poder está latente en el fondo de nuestra psiquis, solo es cuestión de conocerlo, para aprenderlo a usar. Tal poder, en el Oriente, en la India, se le denomina Devi Kundalini, la serpiente ígnea de nuestros mágicos poderes. En la gran Tenochtitlán, se le denominaba Tonantzin, entre los alquimistas medioevales recibe el nombre de Stella Maris, la Virgen del Mar. Entre los hebreos, tal poder recibía el nombre de Adónia, entre los cretenses, se le conocía con el nombre de Cibeles. Entre los egipcios, era Isis, Madre Divina, a quien ningún mortal ha levantado el velo. Entre los cristianos, es María, Maya, es decir, Dios Madre. Hemos pensado nosotros muchas veces en Dios como Padre, bien vale la pena pensar en Dios como Madre, como Amor, como Misericordia. Dios Madre habita en el fondo de nuestra psiquis, es decir, está en el Ser. Podría decirles que Dios Madre es una parte de nuestro propio Ser, pero derivado.
Distíngase entre el Ser y el yo. El Ser y el yo son incompatibles, son como agua y aceite, que no pueden mezclarse. El Ser es el Ser, y la razón de Ser del Ser es el mismo Ser. El Ser es lo que es, lo que siempre ha sido y lo que siempre será. Es la vida que palpita en cada átomo, como palpita en cada Sol.
Así, Dios Madre es una variante de nuestro propio Ser, es nuestro propio Ser, pero derivado. Eso significa que cada cual tiene su Madre Divina particular, individual. Kundalini, le dicen los indostanes, y estoy de acuerdo con este término. Considero que nosotros podemos invocar a la Divina Madre Kundalini, en meditación profunda, y suplicarle entonces que desintegre aquel Yo-defecto que hemos comprendido perfectamente, a través de la meditación.
La Divina Madre Kundalini procederá, y lo desintegrará, lo reducirá a polvareda cósmica. Al desintegrarse un defecto, se libera esencia anímica. Dentro de cada Yo-defecto, hay cierto porcentaje de esencia anímica embotellada. Pero si se desintegra un defecto, se libera esencia anímica, y se desintegra dos defectos, pues se libera más esencia anímica, y si se desintegra todos los defectos psicológicos que cargamos en nuestro interior, entonces liberamos totalmente la Conciencia.
Una Conciencia liberada es una Conciencia que despierta, es una Conciencia despierta. Es una Conciencia que podrá ver, oír, tocar y palpar los grandes misterios de la vida y de la muerte. Es una Conciencia que podrá experimentar por sí misma, en forma directa, Eso que es lo Real, Eso que es la Verdad, Eso que está más allá del cuerpo, de los afectos y de la mente.
Cuando a Jesús, El Gran Kabir, Pilatos le preguntara ¿qué es la verdad?», guardó silencio. Y cuando al Buddha Gautama Sakyamuni, el príncipe Siddharta, le hicieron la misma pregunta, dio la espalda y se retiró. La Verdad es lo desconocido de momento en momento, de instante en instante. Solo con la muerte del Ego adviene a nosotros eso que es la Verdad. La Verdad hay que experimentarla, como cuando uno mete el dedo en el alumbre y se quema.
Una teoría, por muy bella que sea, con respecto a la Verdad, no es la Verdad; una opinión, por muy venerable o respetable que sea, con relación a la Verdad, tampoco es la Verdad. Cualquier idea que tengamos con respecto a la Verdad, no es la Verdad, aunque la idea sea muy luminosa. Cualquier tesis que nosotros podamos plantear con relación a la Verdad, tampoco es la Verdad. La Verdad hay que experimentarla, repito, como cuando uno mete el dedo en el alumbre y se quema. Está más allá del cuerpo, de los afectos y de la mente, y la Verdad solo puede ser experimentada en ausencia del Yo Psicológico. Sin haber disuelto el Yo, no es posible la experiencia de lo Real.
El intelecto, por muy brillante que sea, por muy hermosas teorías que posea, no es la Verdad. Como dijera Goethe, en el Fausto: «Toda teoría es gris, solo es verde el árbol de dorados frutos que es la vida».
Así que nosotros necesitamos desintegrar el Ego de la psicología, para liberar la Conciencia, solo así podremos llegar a experimentar la Verdad. Jesús el Cristo dijo: «Conoced la Verdad y ella os hará libres». Nosotros necesitamos experimentarla directamente.
Cuando alguien consigue de verdad destruir el Ego, se libera de la Ley de Recurrencia, hace de su vida una obra maestra, se convierte en un genio, en un Iluminado, en el sentido más completo de la palabra. Cuando alguien libera su Conciencia, obviamente conoce la Verdad. Hay que liberar la Conciencia, y no es posible liberarla si no se disuelve el Yo de la psicología.
Quienes alaban al Yo son ególatras por naturaleza, por instinto. Al Yo lo alaban los mitómanos, porque son mitómanos, al Yo lo alaban los paranoicos, porque son paranoicos, los ególatras, porque son ególatras.
La vida sobre la faz de la Tierra sería distinta, si nosotros disolviéramos el Ego, el Yo. Entonces la Conciencia de cada uno de nosotros, despierta, iluminada, irradiaría Amor, y habría Paz sobre la faz de la Tierra. La Paz no es cuestión de propagandas, ni de apaciguamientos, ni de ejércitos, ni de OEA, ni de ONU, ni de nada por el estilo. La Paz es una substancia que emana del Ser, que viene de entre las entrañas mismas del Absoluto. No puede haber Paz sobre la faz del mundo, no puede haber verdadera tranquilidad en todos los rincones de la tierra, en tanto los factores que producen guerras existan en el interior de nosotros.
Es claro que mientras dentro de cada uno de nosotros haya discordia, en el mundo habrá discordia. La masa no es más que una extensión del individuo; lo que es el individuo es la masa, y lo que es la masa es el gobierno, es el mundo. Si el individuo se transforma, si el individuo elimina de sí mismo los elementos del odio, de la violencia, del egoísmo, de la discordia, etc., si consigue destruir el Ego para que la Conciencia se libere, solo habrá en él eso que se llama Amor. Si cada individuo de los que pueblan la faz de la Tierra disolviera el Ego, las masas serían masas de Amor. No habría guerras, no habría odio. Pero no podrá en verdad haber Paz en el mundo mientras exista el Ego.
Algunos afirman que desde el año 2001 o 2007 en adelante, vendrá una era de fraternidad, del amor, de la paz. Pero yo, pensando aquí en voz alta, me pregunto a mí mismo, y hasta le pregunto a ustedes: ¿de donde vamos a sacar esta era de fraternidad, de amor, de paz entre los hombres de buena voluntad? ¿Creen ustedes que el Ego de la psicología, con sus odios, con sus rencores, con sus envidias, con sus ambiciones, con su lujuria, etc., puede crear una edad de amor, de felicidad, etc., etc.? ¡Pues obviamente que no! Para que reine en verdad la Paz en el mundo, tenemos que morir en sí mismos, tiene que destruirse en nosotros lo que tenemos de inhumano, el odio que cargamos, las envidias, los celos espantosos, esa ira que nos hace tan abominables, esa fornicación que nos hace tan bestiales, etc. En tanto continúen existiendo tales factores dentro de nuestra psiquis, el mundo no podrá ser diferente.
Antes bien se volverá peor, porque a través del tiempo el Ego seguirá volviendo cada vez más poderoso, más fuerte, y conforme el Ego se manifieste con más violencia, el mundo seguirá se haciendo más tenebroso. Al paso que vamos, si no trabajamos sobre sí mismos, llegará el día en que ni siquiera podremos existir, porque unos a otros nos destruiremos violentamente. Si continuara robusteciendo el Ego indefinidamente así como va, llegaría el momento en que nadie podría tener seguridad en su vida, ni de su hogar. Un mundo donde la violencia ha llegado al máximo y nadie tiene seguridad de su propia existencia.
Así, creo firmemente que la solución de todos los problemas del mundo está precisamente en la disolución del Yo.


V.M.Samael Aun Weor.

domingo, 13 de julio de 2008

LA LEY DEL KARMA Y DARMA Y RECURRENCIA.


Ante todo es necesario que entendamos lo que es la palabra sánscrita Karma. No está de más aseverar que tal palabra en sí misma significa Ley de Acción y Consecuencia. Obviamente, no existe causa sin efecto, ni efecto sin causa. Cualquier acto de nuestra vida, bueno o malo tiene sus consecuencias.
Es indubitable que el Ego comete innumerables errores cuyo resultado es el dolor. Pensemos por un momento en las muchedumbres humanoides que pueblan la faz de la Tierra. Sufren lo indecible víctimas de sus propios errores; sin el Ego no tendríamos esos errores, ni tampoco sufriríamos las consecuencias de los mismos.
La Ley de Karma y Dharma está dirigida por el Jerarca Anubis y sus cuarenta y dos Jueces de la Ley.
Lo único que se requiere para tener derecho a la verdadera felicidad es ante todo no tener Ego. Ciertamente, cuando no existen dentro de nosotros los agregados psíquicos, los elementos inhumanos que nos vuelven tan horribles y malvados, no hay Karma por pagar y el resultado es la felicidad.
Cuando uno vive de acuerdo con el recto pensar, el recto sentir y el recto obrar, las consecuencias suelen ser dichosas. Desafortunadamente, el pensamiento justo, el sentimiento justo, la acción justa, etc., se hace imposible cuando una segunda naturaleza inhumana, actúa en nosotros y dentro de nosotros y a través de nosotros, aquí y ahora. Si no fuese por el mí mismo, nadie sería iracundo, nadie codiciaría los bienes ajenos, ninguno sería lujurioso, envidioso, orgulloso, perezoso, glotón, etc.
La Justicia y la Misericordia son las dos columnas torales de la Fraternidad Universal Blanca. La Justicia sin Misericordia es tiranía; la Misericordia sin Justicia es tolerancia, complacencia con el delito. En este mundo de desdichas en que nos encontramos, se hace necesario aprender a manejar nuestros propios negocios para enrumbar el barco de la existencia, a través de las diversas escalas de la vida.
El Karma es negociable y esto es algo que puede sorprender muchísimo a los secuaces de diversas escuelas ortodoxas. Ciertamente algunos pseudo-esoteristas y pseudo ocultistas se han tornado demasiado pesimistas en relación con la Ley de Acción y Consecuencia; suponen equivocadamente que ésta se desenvuelve en forma mecanicista, automática y cruel. Si la Ley de Acción y Consecuencia (Karma y Dharma), si el Némesis de la existencia no fuera negociable, entonces ¿dónde quedaría la Misericordia Divina? Cuando una ley inferior es transcendida por una ley superior, la ley superior lava a la ley inferior.
Haz buenas obras para que pagues tus deudas (Karma). Al León de la Ley se le combate con la Balanza. Quien tiene con qué pagar, paga y sale bien en sus negocios; quien no tiene con qué pagar, pagará con dolor.
Si en un platillo de la Balanza Cósmica, ponemos las buenas obras y en el otro las malas, es evidente que el Karma dependerá del peso de la balanza.
Si pesa más el platillo de las malas acciones, el resultado será las amarguras; sin embargo, es posible aumentar el peso de las buenas obras en el platillo del fiel de la balanza y en esta forma cancelaremos Karma sin necesidad de sufrir. Todo lo que necesitamos es hacer buenas obras para aumentar el peso en el platillo de las buenas acciones. Nunca debemos protestar contra el Karma, lo importante es saberlo negociar. Desgraciadamente a las gentes lo único que se les ocurre, cuando se hallan en una gran amargura, es lavarse las manos como Pilatos, decir que no han hecho nada malo, que no son culpables, que son almas justas, etc.
A los que están en miseria que revisen su conducta, que se juzguen a sí mismos, que se sienten, aunque sea por un momento, en el banquillo de los acusados, que después de un somero análisis de sí mismos, modifiquen su conducta. Si esos que se hallan sin trabajo se tornasen castos, infinitamente caritativos, apacibles, serviciales en un cien por ciento, es obvio que alterarían radicalmente la causa de su desgracia, modificando en consecuencia, el efecto. No es posible alterar un efecto si antes no se ha modificado la causa que lo produjo, pues como ya dijimos, no existe efecto sin causa ni causa sin efecto. No hay duda de que la miseria tiene sus causas en las borracheras, asqueante lujuria, en la violencia, en los adulterios, en el despilfarro y en la avaricia, etc. No es posible que alguien se encuentre en miseria cuando el Padre que está en secreto se encuentra aquí y ahora.
El Karma es una medicina que se nos aplica para nuestro propio bien. Desgraciadamente las gentes, en lugar de inclinarse reverentes ante el eterno Dios viviente, protestan, blasfeman, se justifican a sí mismos, se disculpan neciamente y se lavan las manos como Pilatos. Con tales protestas no se modifica el Karma, al contrario, se torna más duro y severo.
Reclamamos fidelidad del cónyuge cuando nosotros mismos hemos sido adúlteros en ésta o en vidas precedentes. Pedimos amor cuando hemos sido despiadados y crueles. Solicitamos comprensión cuando nunca hemos sabido comprender a nadie, cuando jamás hemos aprendido a ver el punto de vista ajeno.
Anhelamos dichas inmensas, cuando hemos sido siempre el origen de muchas desdichas.
Hubiéramos querido nacer en un hogar muy hermoso y con muchas comodidades, cuando no supimos en pasadas existencias brindarle a nuestros hijos hogar y belleza. Protestamos contra los insultadores cuando siempre hemos insultado a todos los que nos rodean.
Queremos que nuestros hijos nos obedezcan, cuando jamás supimos obedecer a nuestros padres.
Nos molesta terriblemente la calumnia, cuando nosotros siempre fuimos calumniadores y llenamos al mundo de dolor.
Nos fastidia la chismografía, no queremos que nadie murmure de nosotros, y sin embargo, siempre anduvimos en chismes y murmuraciones hablando mal del prójimo, mortificándole la vida a los demás. Es decir, siempre reclamamos lo que no hemos dado; en todas nuestras vidas anteriores fuimos malvados y merecemos lo peor, pero nosotros suponemos que se nos debe dar lo mejor.
Los enfermos, en vez de preocuparse tanto por sí mismos, deberían trabajar por los demás, hacer obras de caridad, tratar de sanar a otros, consolar a los afligidos, llevar al médico a quienes no tienen con qué pagarlo, regalar medicinas, etc., y así cancelarían su Karma y sanarían totalmente.
Quienes sufren en sus hogares deberían multiplicar su humildad, su paciencia y serenidad. No contestar con malas palabras; no tiranizar al prójimo, no fastidiar a los que nos rodean, saber dispensar los defectos ajenos con una paciencia multiplicada hasta el infinito, así cancelarían su Karma y se volverían mejor.
Desgraciadamente, ese Ego que cada cual tiene dentro, hace exactamente lo contrario de lo que aquí estamos diciendo, por tal motivo considero urgente, inaplazable, impostergable, reducir al mí mismo a polvareda cósmica.
Cuando tal o cual Karma se encuentra ya totalmente desarrollado y desenvuelto, tiene que llegar hasta el final inevitablemente. Esto significa que sólo es posible modificar radicalmente el Karma cuando el arrepentimiento es total y cuando toda posibilidad de repetir el error que lo produjo, ha desaparecido radicalmente.
Karmaduro llegando a su final es siempre catastrófico. No todo el Karma es negociable.
Es bueno saber también que cuando hemos eliminado radicalmente al "yo psicológico", la posibilidad de delinquir queda aniquilada y en consecuencia, el Karma puede ser perdonado.
LA LEY DE RECURRENCIA (del libro "El Misterio del Aureo Florecer")
Con una serie de insólitos relatos quiero explicar ahora lo que es la Ley de Recurrencia.Ciertamente la citada Ley nunca fue para mí algo nuevo, extraño o extravagante: en nombre de Eso que es lo Divinal, debo afirmar en forma especial que esa pragmática regla, sólo la conocí a través de mis inusitadas vivencias.
Dar fe de todo aquello que realmente hemos experimentado directamente, es un deber para con nuestros semejantes.
Jamás he querido escabullirme, zafarme intelectualmente, de entre esa múltiple variedad de recuerdos, relacionados con mis tres existencias anteriores y lo que corresponde a mi vida actual.
Para bien de la Gran Causa por la cual estamos luchando intensamente, prefiero pechar, asumir responsabilidades, pagar, confesar francamente mis errores ante el veredicto solemne de la conciencia pública.
Fehacientemente y sin ambages es oportuno declarar ahora que yo fui en España el Marqués Juan Conrado, tercer gran señor de la provincia de Granada.
Es evidente que esa fue la época dorada del famoso imperio de España: el cruel conquistador Hernán Cortés, alevoso cual ninguno, había atravesado con su espada el corazón de México mientras el despiadado Pizarro, en el Perú, hacía huir a las cien mil vírgenes.
Como quiera que muchos nobles y plebeyos, aventureros y perversos en busca de fortuna, se embarcaban constantemente para la Nueva España, yo en modo alguno podía ser una excepción.
En una simple carabela, frágil y ligera, navegué durante varios meses por entre el borrascoso océano con el propósito de llegar a estas tierras de América.
No está de más aseverar que jamás tuve la intención de saquear los sagrados templos de los augustos misterios, ni de conquistar pueblos o destruir ciudadelas.
Anduve ciertamente por estas tierras de América en busca de fortuna; desafortunadamente cometí algunos errores.
Estudiarlos es necesario para conocer las paralelas y edificar conscientemente la sabia Ley de Recurrencia.
Esos eran mis tiempos de Bodhisattva caído y por cierto que no era una mansa oveja.
Han pasado los siglos y como quiera que tengo la Conciencia despierta, jamás he podido olvidar tanto desatino.
La primera paralela que debemos estudiar se corresponde exactamente con mi actual cuerpo físico.
En habiendo llegado en frágil embarcación de la Madre Patria, me establecí muy cerca de los acantilados en estas costas del Atlántico.
Por aquellos tiempos de la conquista española, existía desgraciadamente este otro negocio internacional relacionado con la infame venta de negros africanos.
Entonces para bien o mal conocí a una noble familia de color, originaria de Argelia.
Todavía recuerdo a una doncellita tan negra y tan hermosa como en un sueño milagroso de las Mil y Una Noches.
Si compartí con ella el lecho de placeres en el jardín de las delicias, fue realmente motivo por el incentivo de la curiosidad; quería conocer el resultado de este cruce racial.
Que de ello naciera un vástago mulato, nada tiene de raro; más tarde vino el nieto, el bisnieto y el tataranieto.
En aquellos tiempos de Bodhisattva caído, me olvidé de las famosas Marcas Astrales que se originan en el coito y que todo desencarnado lleva en su Karmasaya.
Resulta palpario y manifiesto que tales marcas le relacionan a uno con aquellas gentes y sangre asociadas con el coito químico; es oportuno decir ahora que los yoguis del Indostán han hecho ya sobre esto detenidos estudios.
No está de más aseverar que mi actual cuerpo físico deviene de la citada cópula metafísica; con otras palabras diré que así vine a quedar vestido con carne que llevo en mi presente existencia. Mis antepasados paternos fueron exactamente los descendientes de aquel acto sexual del marqués.
Asombra que nuestros descendientes a través del tiempo y la distancia se conviertan en ascendientes. Es maravilloso que después de algunos siglos vengamos a revestirnos con nuestra propia carne, a convertirnos en hijos de nuestros propios hijos.
Viajes incesantes por estas tierras de la Nueva España caracterizaron la vida del marqués y estos se repitieron en mis subsiguientes existencias incluyendo la actual.
Litelantes como siempre estuvo a mi lado soportando pacientemente todas esas sandeces de mis tiempos de Bodhisattva caído. En llegando el otoño de la vida en cada reencarnación, confieso sin ambages que siempre hube de marcharme con la "enterradora", quiero referirme a una antigua iniciada por la cual siempre abandonaba a mi esposa y que en una y otra existencia cumplió con su deber de darme cristiana sepultura.
En el atardecer de mi vida presente, volvió a mí esa antigua iniciada; la reconocí de inmediato, pero como quiera que ya no estoy caído la repudié con dulzura; ella se alejó afligida.
Revestido con esa personalidad altiva y hasta insolente del marqués, inicié el retorno a la madre patria después de cierta asqueante bronca motivada por un cargamento de diamantes en bruto extraídos de una mina muy rica.
Para bien de muchos lectores no está de más hacer cierto énfasis al aseverar crudamente que después de un corto intervalo en la región de los muertos, hube de entrar nuevamente en escena reencarnificándome en Inglaterra.
Ingresé al seno de la ilustre familia Bleler y se me bautizó con el piadoso nombre de Simeón.
Con el florecer juvenil me trasladé a España movido por el anhelo íntimo de retornar a América. Así trabaja la Ley de Recurrencia.
Obviamente, se repitieron en el espacio y en el tiempo las mismas escenas, idénticos dramas, similares despedidas, etc., incluyendo como es natural el viaje a través del borrascoso océano.
Intrépido salté a tierra en las costas tropicales de Suramérica, habitadas entonces por diferentes tribus.
Explorando tales y cuales regiones selváticas habitadas por bestias feroces, llegué al valle profundo de Nueva Granada a los pies de las montañas de Monserrate y Guadalupe: hermoso país gobernado por el Virrey Solís.
Es incuestionable que por estos tiempos, de hecho comenzaba a pagar el Karma que debía desde los años del marqués.
Entre estos criollos de la Nueva España, resultaban inútiles mis esfuerzos por conseguir algún trabajo bien remunerado; desesperado por la mala situación económica ingresé como un simple soldado raso en el ejército del soberano; por lo menos allí encontré pan, abrigo y refugio.
Sucedió que un día festivo muy de mañana, las tropas de su majestad se preparaban para rendir honores muy especiales a su jefe y por ellos se distribuían aquí, allá y acullá realizando maniobras con el propósito de organizar filas.
Todavía recuerdo a cierto sargento mal encarado y pendenciero que revisando a su batallón, daba gritos, maldecía, pegaba, etc.
De pronto, llegándose ante mí me insultó gravemente porque mis pies no se hallaban en correcta posición militar y después observando detalles minuciosos de mi chaqueta, alevoso me abofeteó.
Lo que sucedió luego no es muy difícil adivinarlo: nada bueno se puede esperar jamás de un Bodhisattva caído. Sin reflexión alguna, torpemente, clavé mi acerada bayoneta sanguinaria en su aguerrido pecho.
El hombre cayó en tierra herido de muerte, gritos de pavor por doquiera se escuchaban, mas yo fui astuto y aprovechando precisamente la confusión, el desorden y el espanto, escapé de aquel lugar perseguido muy de cerca por la soldadesca bien armada.
Anduve por muchos caminos rumbo a las escarpadas costas del océano Atlántico, se me buscaba por doquier y por ello evitaba siempre el paso por las alcabalas dando muchos rodeos a través de las selvas.
En los caminos carreteables (que bien pocos eran en aquellos tiempos), pasaban a mi lado algunos carruajes arrastrados por parejas de briosos corceles: en tales vehículos viajaban gentes que no tenían mi Karma, personas adineradas.
Un día cualquiera a la vera del camino, cerca a una aldea, hallé una tienda humilde y en ella penetré con el ánimo de beberme una copa, quería animarme un poco.
¡Atónito! ¡Confundido! ¡Asombrado! quedé al descubrir que la dueña de ese negocio era Litelantes. ¡Oh!, yo la había amado tanto y ahora la encontraba casada y madre de varios hijos. ¿Qué reclamo podía hacer? Pagué la cuenta y salí de allí con el corazón desgarrado...
Continuaba la marcha por el sendero, cuando con cierto temor pude verificar que alguien venía tras de mí: el hijo de la señora, una especie de alcalde rural. Tomó la palabra aquel joven para decirme: "De acuerdo con el artículo 16 del Código del Virrey está usted detenido". Inútilmente traté de sobornarle: aquel caballero bien armado me condujo ante los tribunales y es obvio que después de ser sentenciado hube de pagar muy larga prisión por la muerte del sargento.
Cuando salí en libertad caminé por las riveras salvajes y terribles del caudaloso río Magdalena, ejerciendo muy duros trabajos materiales doquiera tuviese la oportunidad.
Como nota interesante del presente capítulo, debo decir que la Esencia de ese alcalde por el cual hube de pasar tantas amarguras encerrado en una inmunda mazmorra, retornó con cuerpo femenino; es ahora una hija mía; por cierto que ya hasta madre de familia es, me ha dado algunos nietos.
Antes de su reingreso interrogué en los mundos suprasensibles a esa Alma; le pregunté sobre el motivo que le inducía a buscarme por padre, me respondió diciendo que tenía remordimiento por el mal que me había causado y que quería portarse bien conmigo para enmendar sus errores. Confieso que está cumpliendo su palabra.
En aquella época me establecí en las costas del océano Atlántico después de infinitas amarguras kármicas, repitiendo así todos los pasos del insolente marqués Juan Conrado... Lo mejor que hice fue haber estudiado el esoterismo, la medicina natural, la botánica...
Los nobles aborígenes de aquellas tierras tropicales, me brindaron su amor agradecidos por mi labor de galeno: les curaba siempre en forma desinteresada...
Algo insólito sucede cierto día: se trata de la espectacular aparición de un gran señor venido de España. Ese caballero me narró sus infortunios. Traía en su nave toda su fortuna y los piratas le seguían. Quería un lugar seguro para sus ricos caudales.
Fraternalmente le brindé consuelo y hasta le propuse abrir una cueva y guardar en ella sus riquezas: el señor aceptó mis consejos no sin antes exigirme solemne juramento de honradez y lealtad.
Con la fragancia de la sinceridad y el perfume de la cortesía entrambos nos entendimos. Después di órdenes a mi gente, un grupo muy selecto de aborígenes. Estos últimos entreabrieron la corteza de la tierra.
Hecho el hueco metimos allí con gran diligencia un baúl grande y una caja más chica, conteniendo morrocotas de oro macizo y ricas joyas de incalculable valor.
Mediante ciertos exorcismos mágicos logré el encantamiento de la "joyosa guardada", como dijera don Mario Roso de Luna, con el propósito de hacerla invisible ante los desagradables ojos de la codicia.
El caballero me remuneró muy bien haciéndome generosa entrega de una bolsa con monedas de oro y luego se alejó de esos lugares haciéndose a sí mismo el propósito de volver a su madre patria para traer de allí a su familia, pues deseaba establecerse señorialmente en estas bellas tierras de la Nueva España.
El reloj de arena del destino jamás está quieto: pasaron los días, los meses y los años y aquel buen hombre jamás regresó; tal vez murió en su tierra o cayó víctima de la piratería que entonces infestaba los siete mares, no lo sé.
Existen casos sensacionales en la vida; cierto día en mi presente reencarnación, estando lejos de esta mi tierra mexicana, platicaba sobre dicho asunto con cierto grupo de hermanos gnósticos entre los cuales descollaba por su sabiduría el Maestro Gargha Kuichines. Fue entonces cuando recibí una tremenda sorpresa: vi con místico asombro como el soberano comendador G.K., se levantaba para confirmar en forma enfática mis palabras.
El citado Maestro nos informó que él personalmente había visto escrito tal relato en dorados versos. Nos habló de un viejo libro polvoriento y lamentó haberlo prestado. ¡Válgame Dios y Santa María!, pero si yo jamás sabía de tal tratado.
Viejas tradiciones antiquísimas nos dicen que muchas gentes de esas costas del Caribe estuvieron buscando el tesoro de Bleler.
Curioso es que aquellos nobles aborígenes que antes enterraran tan rica fortuna, estén nuevamente reincorporados formando el grupo del S.S.S. Así trabaja la Ley de Recurrencia.
Recuerdo claramente que después de aquella mi borrascosa existencia con la sobredicha personalidad inglesa, fui constantemente invocado por esas personas que se dedican al espiritismo o espiritualismo. Querían que les dijese cuál era el lugar donde se encontraba guardado el delicioso dorado, codiciaban el tesoro de Bleler, empero, es evidente, que fiel a mi juramento en la región de los muertos, jamás quise entregarles el secreto.
Repitiendo los pasos del insolente marqués Juan Conrado, en mi subsiguiente existencia vine a reencarnificarme en México, se me bautizó con el nombre de Daniel Coronado, nací en el norte, por los alrededores de Hermosillo, lugares todos estos conocidos en otros tiempos por el marqués. Mis padres quisieron todo el bien para mí y de joven me inscribieron en la academia militar, más todo fue en vano.
Cualquier día de esos tantos, aproveché malamente un fin de semana en banqueteos y borracheras con amigos calaveras. Confieso todavía con cierta vergüenza, que hube de regresar a casa con el uniforme de cadete sucio, desgarrado y envilecido... Es obvio que mis padres se sintieron defraudados.
Es ostensible que no volví jamás a la academia militar: indudablemente desde ese momento comenzó mi camino de amarguras... Afortunadamente reencontré entonces a Litelantes, ella se hallaba reencarnificada con el nombre de Ligia Paca (o Francisca). A buena hora me recibió por esposo...
Biografiar cualquier vida resulta de hecho un trabajo muy difícil y de enjundioso contenido y por ello sólo hago resaltar con fines esotéricos determinados detalles.
Incuestionablemente yo no gozaba de holgada situación, difícilmente me ganaba el pan nuestro de cada día; muchas veces comía con el mísero salario de Ligia; ella era una pobre maestra de escuela rural y para colmos hasta le atormentaba con mis execrables celos. No quería ver con buenos ojos a todos esos sus colegas del magisterio que le brindaban amistad...
Sin embargo, algo útil hice por aquellos tiempos: formé un bello grupo esotérico gnóstico en pleno Distrito Federal. Los estudiantes de tal congregación en mi actual existencia de acuerdo con la Ley de Recurrencia retornaron a mí...
Durante el cruento régimen porfirista tuve un cargo por cierto no muy agradable en la policía rural. Cometí el error imperdonable de enjuiciar al famoso "golondrino", peligroso bandolero que asolaba a la comarca; es claro que tal maleante murió fusilado...
En mi actual existencia le reencontré reincorporado en humano cuerpo femenino; sufría delirio de persecución, temía que le encarcelasen por hurto: luchaba por desatarse de ciertos lazos imaginarios; creía que ya le iban a fusilar... es claro que cancelé mi deuda curando a dicha enferma; los psiquiatras habían fallado lamentablemente: ellos no fueron capaces de sanarla...
Al estallar la rebelión contra don Porfirio Díaz, abandoné el nefasto puesto en la Rural. Entonces con humildes proletarios de pico y pala, pobres peones sonsacados de las haciendas de los amos, organicé un batallón. Era ciertamente admirable este valeroso puñado de gente humilde armada apenas con machetes, pues nadie tenía dinero como para comprar armas de fuego. Afortunadamente el general Francisco Villa nos recibió en la División del Norte; allí se nos dieron caballos y fusiles.
No hay duda de que por esos años de tiranía luchamos por una gran causa; el pueblo mexicano gemía bajo las botas de la dictadura...
En nombre de la verdad debo decir que mi personalidad como Daniel Coronado fue ciertamente un fracaso: lo único por lo cual valió la pena vivir fue por el grupo esotérico en el Distrito Federal y por mi sacrificio en la revolución...
A mis compañeros de la rebelión les digo: abandoné las filas cuando enfermé gravemente. En los postreros días de esa vida tormentosa, anduve por las calles del Distrito Federal, descalzo, con las ropas vueltas pedazos, hambriento, viejo, enfermo y mendigando...
Con profundo pesar confieso francamente que vine a morir en una casucha inmunda.
Todavía recuerdo aquel instante en que el galeno sentado en una silla, después de haberme examinado, exclama moviendo la cabeza: "Este caso está perdido". Y luego se retiró.
Lo que de inmediato continúa es tremendo: siento un frío espantoso como hielo de muerte. A mis oídos llegan gritos de desesperación: "¡San Pedro, San Pablo, ayudadlo!" Así exclama esa mujer a la cual llamo la "enterradora".
Extrañas manos esqueléticas me agarran por la cintura y me sacan fuera del cuerpo físico. Es obvio que el Angel de la Muerte ha intervenido. Resueltamente corta con su hoz el cordón de plata y luego me bendice y se aleja.
¡Bendita Muerte, cuanto tiempo hacía que te aguardaba, al fin llegasteis en mi auxilio, bastante amarga era mi existencia!
Dichoso reposé en los mundos superiores después de innúmeras amarguras: ciertamente el humano dolor de los mortales tiene también su límite más allá del cual reina la paz.
Desafortunadamente no duró mucho aquel reposo entre el seno profundo de la eternidad: un día cualquiera, muy quedito, vino a mí uno de los brillantes Señores de la Ley. Tomó la palabra y dijo:
-Maestro Samael Aun Weor, ya todo está listo, sígame.
Yo respondí de inmediato: Sí Venerable Maestro, está bien, le seguiré. Anduvimos entonces juntos por diversos lugares y penetramos al fin en una casa señorial, atravesamos un patio y después pasamos por una sala y luego entramos en la recámara de la matrona: oímos que se quejaba, sufría dolores de parto...
Ese fue el instante místico en que vi con asombro el Cordón de Plata de mi existencia actual conectado psíquicamente al infante que estaba por nacer.
Momentos después aquella criatura inhalaba con avidez el Prana de la Vida: me sentí atraído hacia el interior de ese pequeño organismo y luego lloré con todas las fuerzas de mi Alma...
Vi a mi alrededor algunas personas que sonreían y confieso que especialmente me llamó la atención un gigante que me miraba con cariño; era mi progenitor terrenal.
No está de más decir con cierto énfasis, que aquel buen autor de mis días fuera en la época medieval durante los tiempos de la caballería, un noble señor al cual hube de vencer en cruentas batallas. Juró entonces venganza y es claro que la cumplió en mi presente existencia.
Muy joven abandoné la casa paterna movido por dolorosas circunstancias y viajé por todos aquellos lugares do antes estuviera en pretéritas existencias.
Se repitieron los mismos dramas, las mismas escenas: Litelantes apareció nuevamente en mi camino, me reencontré con mis viejos amigos: quise hablarles, pero no me conocieron; inútiles fueron mis esfuerzos por hacerles recordar nuestros tiempos idos.
Sin embargo, algo nuevo sucedió en mi presente reencarnación: mi Real Ser Interior hizo esfuerzos desesperados, terribles, por traerme al camino recto del cual me había desviado desde hacía mucho tiempo.
Confieso francamente que disolví el Ego y que me levanté del lodo de la tierra.
Es obvio que el Yo está sometido a la Ley de Recurrencia, cuando el Mí mismo se disuelve adquirimos libertad, nos independizamos de la citada Ley.
La práctica me ha enseñado que las diferentes escenas de las diversas existencias se procesan dentro de la Espiral Cósmica, repitiéndose siempre ya en espiras más altas o más bajas.
Todos los hechos del marqués, incluyendo sus innúmeros viajes, se repitieron siempre en espiras cada vez más bajas en las tres reencarnaciones subsiguientes.
Existen en el mundo personas de repetición automática, exacta, gentes que renacen siempre en el mismo pueblo y entre su misma familia.
Es evidente que tales Egos ya se saben de memoria su papel y hasta se dan el lujo de profetizar sobre sí mismos: es claro que la constante repetición no les deja olvidar sucesos, por ello parecen adivinos.
Dichas personas suelen asombrar a sus familiares por la exactitud de sus pronósticos.


V.M.SAMAEL AUN WEOR.