sábado, 28 de julio de 2007

Análisis de la Mente ...


El Pensar Psicológico y la Mente Interior:
con el propósito de comprendernos realmente, es claro que ustedes están aquí presentes, para escucharme, y yo estoy aquí para hablarles. Pero es necesario que entre nosotros haya una verdadera comunión de Almas, que nos propongamos inquirir, por sí mismos, indagar, buscar, tratar de saber, con el objetivo evidente de lograr una orientación en el camino de la Auto-Realización Íntima del Ser.
Saber escuchar es muy difícil; saber hablar es más fácil. Sucede que, cuando se escucha, se necesita estar abierto a lo nuevo, con mente espontánea, libre de preconceptos, de prejuicios, etc.; mas sucede que el ego, el yo, el mí mismo, no sabe escuchar; todo lo traduce en base a sus prejuicios; todo lo interpreta de acuerdo con lo que tiene almacenado en el centro formativo.
¿Cuál es el «centro formativo»? la memoria. ¿Por qué se le llama «centro formativo»? [Porque allí tiene lugar la form]ación intelectual de los conceptos. Entendido esto, se hace urgente aprender a escuchar con mente nueva, ¡no! (repito) con lo que se tiene almacenado en la memoria.
Después de este preámbulo, vamos a tratar de ponernos de acuerdo, ustedes y yo, sobre conceptos, ideas, etc.
Ante todo, es urgente saber si el intelecto, por sí mismo, puede llevarlo alguna vez, a uno, a la experiencia de lo real. Existen brillantes intelectos (eso no lo podemos negar), pero estos nunca han experimentado eso que es la verdad.
Ante todo, no está de más saber que existen tres mentes en nosotros. A la primera podríamos denominarla mente sensual; a la segunda la consideramos como mente intermedia; y la tercera es la mente interior.
Pero pensemos un poco en lo que es esta mente sensual que todos usamos diariamente; no hay duda que elabora sus conceptos de contenido con los datos aportados por los cinco sentidos, y con esos conceptos de contenido, forma sus razonamientos.
Miradas las cosas desde este ángulo, es obvio que la razón subjetiva o sensual tiene por basamento las percepciones sensoriales externas. Si como único resorte de sus funcionalismos están exclusivamente los datos aportados por los cinco sentidos, indubitablemente no tendrá acceso, tal mente, a algo que se escape del círculo vicioso de las percepciones sensoriales externas; eso es obvio.
Nada podrá saber, tal mente sensual, sobre lo real, sobre los misterios de la vida y de la muerte, sobre la verdad, sobre Dios, etc., pues, ¿de dónde podría sacar tal mente información? Si su única fuente de nutrición son los datos aportados por los sentidos. Obviamente, no tiene con que poder conocer lo real.
Me viene en estos momentos a la memoria algo muy interesante: Hubo una vez un gran congreso en Babilonia, en la época de los esplendores egipcios. Vinieron gentes de Asiria, Egipto, Fenicia, etc., al citado congreso. Es claro que el tema resultaba inquietante: Se quería saber, a base de puras discusiones analíticas, si el ser humano tenía o no Alma.
Entonces, obviamente, ya los cinco sentidos se habían degenerado demasiado; sólo así podemos explicarnos que las gentes escogieran ese tema como motivo de todo un congreso.
En otros tiempos, un congreso así hubiera resultado ridículo; nunca se les hubiera ocurrido a los Lemures celebrar un congreso de este tipo. La gente del continente Mu le bastaba salirse del cuerpo y saber si tenía o no tenía Alma; lo hacían con una facilidad sorprendente; no estaban propiamente atrapados por el organismo físico. De manera que un tema de ese tipo solamente podría ocurrírsele a una humanidad ya involucionada, decadente, degenerada.
Lo cierto fue que, tanto a favor como en contra de la cuestión «Alma», hubieron muchas discusiones. Al fin subió, a la tribuna de la elocuencia, un gran sabio Asirio; ese hombre se había cultivado en Egipto; había estudiado, pues, en los misterios. Y habló con voz muy fuerte diciendo:
«La razón nada puede saber sobre la verdad, sobre lo real, sobre el Alma, sobre lo inmortal. La razón lo mismo sirve para sostener una teoría espiritualista que una materialista; podría elaborar una tesis espiritual con una lógica formidable; también podría estructurar, por oposición, una tesis de tipo materialista, con una lógica de tipo similar. De manera, pues, que la razón subjetiva, sensualista, nutrida con los datos aportados por los cinco sentidos, da para todo: puede fabricar cualquier tesis de tipo espiritualista o de tipo materialista. Entonces, no es algo en que se pueda confiar. Existe un sentido diferente, que es el sentido instintivo de la percepción de las verdades cósmicas; es una facultad del Ser. Pero la razón subjetiva, por sí misma, no puede, verdaderamente, darnos ningún dato sobre la verdad, sobre lo real. Nada puede saber la razón sensualista sobre los misterios de la vida y de la muerte».
Así habló aquel sabio, y dijo aún más:
«Ustedes me conocen, tengo prestigio ante ustedes, saben muy bien que vengo de Egipto, no ignoran que mi vida ha sido de estudio; y mi mente sensualista no podría aportar datos sobre lo real».
Así habló aquel hombre, y concluyó diciendo:
«Ustedes no pueden saber con su racionalismo nada sobre la verdad, sobre el Alma o sobre el Espíritu, porque la mente racionalista no puede saber nada de esas cosas».
Bueno, habló aquel hombre con mucha elocuencia y luego se retiró, se apartó definitivamente de todo escolasticismo; prefirió dejar a un lado el racionalismo subjetivista y permitir, o desarrollar en sí mismo, mejor dijéramos, aquella facultad del Ser ya citada por mí, que se conoce como «percepción instintiva de las verdades cósmicas», facultad que otrora tenía la humanidad en general, pero que se atrofió conforme el yo psicológico, el mí mismo o el sí mismo, se fue desarrollando.
Aquel sabio Asirio, educado en Egipto, dicen que apartado de toda escuela, se fue, pues, a cultivar la tierra y a confiar, exclusivamente, en esa prodigiosa facultad del Ser conocida como «percepción instintiva de las verdades cósmicas».
Pero vamos aún un poco más lejos: hay una mente diferente a la mente sensual; quiero referirme, en forma enfática, a la mente intermedia; en esa mente intermedia encontramos las creencias religiosas de todo tipo. Obviamente, los datos aportados por las religiones, al fin y al cabo, tienen cabida en la mente intermedia.
Y por último existe la mente interior, esto es algo que debemos esclarecer. La mente interior, en sí misma y por sí misma, funciona exclusivamente con los datos aportados por la conciencia del Ser, la mente interior no podría jamás funcionar sin esos datos que proporciona la conciencia interior del Ser.
¡He ahí las tres mentes!
La mente sensualista, en el evangelio, es conocida, con todas sus teorías y demás, como la «levadura de los saduceos». Jesús el cristo advierte diciendo: «¡cuidaos de la levadura de los saduceos!», es decir, de las doctrinas materialistas, ateístas, como la dialéctica marxista. Ese tipo de doctrinas corresponde exactamente a la doctrina de los saduceos de que habla el cristo.
Mas también advierte el señor de perfección sobre «la doctrina de los fariseos». Esa doctrina de los fariseos corresponde a la mente intermedia. ¿Quiénes son los «fariseos»? son aquéllos que asisten a sus templos, o a sus escuelas, o religion o sectas, etc., para que todos los vean; escuchan la palabra, pero no la hacen dentro de sí mismos. «Son como el hombre que se mira en un espejo y da la espalda y se va». Únicamente asisten para que otros los vean, pero nunca trabajan sobre sí mismos, y eso es gravísimo. Tales gentes se contentan con las meras creencias; no les interesa la transformación íntima. Total, pierden su tiempo miserablemente y fracasan.
Cuidémonos, pues, de la levadura de los saduceos y de los fariseos, y pensemos en abrir la mente interior. ¿Cómo la abriremos? pues sabiendo pensar psicológicamente. Ustedes aquí reciben clases para el pensar psicológico. Si uno aprende a pensar psicológicamente, logra al fin abrir la mente interior.
La mente interior, repito, funciona con los datos de la conciencia superlativa del Ser. Entonces experimenta, gracias a eso, la verdad de los diversos fenómenos de la naturaleza. Con la mente interior abierta, podemos nosotros hablar, por ejemplo, sobre la ley del karma, ya no por lo que otros digan o dejen de decir, sino por experiencia directa. También, con la mente interior abierta, quedamos suficientemente preparados para hablar sobre la reencarnación, o sobre la ley del eterno retorno de todas las cosas, o sobre la ley de la trasmigración de las almas, etc., pero repito, ya no basados en lo que leímos o en lo que escuchamos de algunos autores, sino en lo que por sí mismos experimentemos, en forma real, directa; eso es obvio.
Don Emmanuel Kant, el filósofo de Konigsberg, hace pues, una distinción clara entre «la crítica de la razón práctica» y «la crítica de la razón pura». No hay duda de que la razón subjetiva, racionalista, jamás podría aportarnos nada que no perteneciese al mundo de los cinco sentidos. El intelecto, por sí mismo, es racionalista y subjetivo.
Si un intelectual oye hablar un tema sobre reencarnación, sobre el karma, exigirá pruebas, demostraciones, como si las verdades que sólo pueden ser percibidas por la mente interior, pudiesen ser demostradas a la mente sensualista. Exigir pruebas sobre eso en el mundo de lo sensorial externo, equivale tanto como exigirle a un bacteriólogo que estudie los microbios con el telescopio, o como exigirle a un astrónomo que estudie astronomía con un microscopio: pruebas exigen; pero las pruebas no se les puede dar a la razón subjetiva, porque la razón subjetiva o sensualista, no tiene que ver nada con aquello que no pertenezca al mundo de los cinco sentidos. Y temas como el de la reencarnación, el karma, la vida post-mortem, etc., son, de hecho, exclusividad de la mente interior, jamás de la mente sensual.
A la mente interior sí se le puede demostrar; pero ante todo se exige del candidato a una demostración, que haya abierto su mente interior. Si no la ha abierto, ¿cómo haríamos para hacerle una demostración de ese tipo?, obviamente, aquello sería imposible, ¿verdad?
Visto esto con claridad, conviene que ahondemos ahora un poco en la cuestión de facultades. El intelecto, por sí mismo, es una de las facultades más toscas en los niveles del Ser. Si queremos volver todo intelecto, jamás llegaremos a la aprehensión de las verdades cósmicas.
Indubitablemente, existe, más allá del intelecto, otra facultad de cognición; quiero referirme esta vez, en forma enfática, a la imaginación. Mucho se ha subestimado a tal facultad; algunos hasta la denominan, despectivamente, con el título de «la loca de la casa», título injusto, que si no fuera por la imaginación, no tendríamos esta grabadora, no existiría el automóvil, no existiría el ferrocarril, etc.
El sabio que quiere hacer un invento, deberá primero imaginárselo, y luego plasmar su invento en el papel. El arquitecto que quiere hacer una casa, tendrá primero que imaginarla, y después la podrá trazar en el plano. De manera que la imaginación ha permitido crear todo invento. No es, pues, algo despreciable.
Que hay varias clases de imaginación, no lo podemos negar. La primera podríamos denominarla nosotros imaginación mecánica; tal tipo de imaginación, es la mismísima fantasía. Obviamente, ella está constituida con los desechos de la memoria; no sirve y es hasta perjudicial.
Mas existe, en verdad, otro tipo de imaginación: ésta es, en realidad, la imaginación intencional, o sea, la imaginación consciente. Obviamente la misma puede desarrollarse espléndidamente y darnos acceso al ultra de todas las cosas.
La naturaleza misma posee imaginación; eso es obvio. Si no fuera por la imaginación, todas las criaturas de la naturaleza estarían ciegas, mas gracias a esa poderosa facultad, existe la percepción. Se forman las imágenes en el centro perceptivo del cerebro o centro perceptivo de las sensaciones, y así podemos percibir.
La imaginación creadora de la naturaleza, ha dado origen a las múltiples formas existentes en todo lo que es, [en todo lo que ha sido, en todo lo que será] [...]
Me refiero a épocas como la de los hiperbóreos o prelemures, no se usaba el intelecto sino la imaginación. Entonces el ser humano era inocente y el maravilloso espectáculo del cosmos se reflejaba como en un lago cristalino sobre su imaginación. Era otro tipo de humanidad.
Hoy causa dolor ver cómo muchas gentes han perdido ya hasta la mismísima imaginación, es decir, se ha degenerado espantosamente esta preciosa facultad.
Es posible desarrollar la imaginación. Esto nos llevaría más allá de la mente sensual; esto nos enseñaría a nosotros a pensar psicológicamente. Ya dijimos, y repetimos, que sólo el pensar psicológico puede abrirnos las puertas de la mente interior. Si uno desarrolla la imaginación, puede aprender a pensar psicológicamente.
Imaginación, inspiración, intuición: son los tres caminos obligatorios de la Iniciación. Mas si nos quedamos nosotros embotellados, exclusivamente, en los funcionalismos mustico-sensoriales del aparato intelectual, no será posible, en modo alguno, subir por los escalones de la imaginación, de la inspiración y de la intuición.
No quiero decirles a ustedes que el intelecto no sirva; lejos estoy de hacer tamaña afirmación; lo que estoy es aclarando conceptos. Toda facultad dentro de su órbita, es útil; fuera de su órbita es inútil. Un planeta cualquiera es útil dentro de su órbita; fuera de su órbita es inútil y catastrófico. Lo mismo son las facultades del ser humano: tienen su órbita. Querer sacar a la razón de su órbita, a la razón sensualista, es absurdo.
¿Por qué caen en el escepticismo materialista muchas gentes? ¿A qué se debe que aún los estudiantes del pseudo-esoterismo y pseudo-ocultismo, tan en boga en estos tiempos, estén luchando siempre contra las dudas? ¿Por qué muchos andan mariposeando de escuela en escuela, y al fin, llegan a la vejez sin haber realizado nada?
A través de la experiencia he podido observar, que aquéllos que se quedan embotellados en el intelecto, fracasan; o aquéllos que quieren comprobar con el intelecto las verdades que no son del intelecto, fracasan. Cometen estos el error de querer estudiar astronomía (hablando en forma simbólica) con el microscopio, o de estudiar bacteriología con el telescopio.
Dejemos a cada facultad en su lugar, en órbita; no la saquemos de su órbita. Necesitamos pensar psicológicamente y, es obvio, debemos rechazar de plano, la doctrina, la levadura de los saduceos y de los fariseos, y aprender a pensar psicológicamente.
No sería esto posible si continuáramos embotellados dentro del intelecto. Entonces, más vale que empecemos a subir por la escala de la imaginación; posteriormente pasaremos al segundo escalón que es el de la inspiración, y al fin llegaremos a la intuición.
Pero veamos cómo se desarrolla la imaginación: se puede empezar con un ejercicio sencillo; muchas veces hablé yo sobre el ejercicio del vaso con agua; un ejercicio fácil: si uno pone un vaso con agua a esta distancia, si en el fondo del vaso deposita un espejito, si añade al agua, azogue (algunas gotas), y si luego se concentra uno en el centro mismo del vaso, en todo el centro, es decir, sobre el agua, en forma tal que la vista atraviese el cristal, pues, obviamente, tendrá un ejercicio espléndido para el desarrollo de la imaginación.
Tratará de ver, en esa agua, la luz astral; sí, hará un gran esfuerzo por verla. En principio no verá nada, eso es obvio; después de algún tiempo de ejercicios, verá el agua de colores: comienza a percibir la luz astral.
Aquel sentido de auto-observación psicológica entra en actividad. Y mucho más tarde, si pasa un carro por la calle, por ejemplo, verá en el agua una cinta de luz y verá el carro caminando por esa cinta de luz. Indica que ya comienza a percibir con la facultad trascendental de la imaginación.
Por último, llegará el día en que ya no necesitará para nada del vaso con agua para ver, sino que verá el aire de distintos colores; verá el aura de las gentes.
Bien sabemos que cada persona carga un aura de luz a su alrededor. Esa aura tiene diversos colores: el escéptico lleva siempre un aura de color verde, verde brillante, el devoto lleva un aura de color azul, el amarillo revela mucho intelecto; el verde sucio, escepticismo; el gris, tristeza; el gris plomo, mucho egoísmo; el negro, representa el odio; el rojo sucio, la lujuria, la fornicación; rojo brillante, centelleante, la ira, etc.
Obviamente, para llegar a ver así el aura de las gentes, pues hay que trabajar mucho. Con este ejercicio habrá que trabajar por lo menos tres años, diez minutos diarios, sin dejar un solo día de trabajo.
Obviamente, si tiene esa firmeza como para practicar ese ejercicio, diez minutos diarios, pues llega el momento en que tiene que desenvolverse en él la facultad de la imaginación o clarividencia, que es otro término que le pondríamos al de la imaginación.
Pero ese no sería el único ejercicio para el desarrollo de esa preciosa facultad. Se necesita algo más, se necesita de la meditación.
Sentado uno en un cómodo sillón, con el cuerpo perfectamente relajado, o acostado en su lecho, pero con el cuerpo relajado y con la cabeza hacia el Norte, debe imaginar algo.
[...] de un rosal, esta ha sido cuidadosamente sembrada en una tierra negra y fértil. Imaginemos que la regamos con el agua pura de vida, continuando con este proceso imaginativo, trascendental y trascendente a su vez, visualicémosla en el proceso de crecimiento: cómo el tallo brota al fin; cómo se desenvuelve maravillosamente; cómo surgen las espinas de entre aquel tallo, y al fin, echa ramas diversas. Imaginemos cómo a su vez aquellas ramas se cubren de hojas hasta que al fin aparece un capullo que se entreabre deliciosamente (y es la rosa).
En «estado de manteya», como dijeran los iniciados de Eleusis, hablando a lo «griego», y tal vez hasta lo «órfico», diríamos que conviene hasta sentir en sí mismos el aroma delicioso que se escapa de entre los pétalos rojos o blancos de la preciosa rosa.
La segunda parte del trabajo imaginativo consistiría en visualizar con entera claridad meridiana, el proceso del morir de todas las cosas. Bastaría imaginar cómo aquellos pétalos olorosos van cayendo poco a poco, marchitos y sin vida; cómo aquellas ramas, otrora fuertes, se convierten después de algún tiempo en un montón de leños, al fin, llega el huracán, el viento, y arrastra a todas las hojas y a todos los leños.
Es una meditación de fondo sobre el proceso del nacer y del morir de todas las cosas. Este ejercicio practicado en forma asidua, diariamente, es claro que a la larga vendrá a darnos la percepción interior profunda de aquello que podríamos denominar mundo astral.
Ante todo, es bueno advertir, a todo aspirante, que cualquier ejercicio esotérico, incluyendo éste, ya citado, requiere de parte del discípulo la continuidad de propósitos, porque si practicamos hoy y mañana no, cometemos un gravísimo error. Sólo habiendo de verdad aplicación en el trabajo esotérico, es posible el desenvolvimiento de esa facultad preciosa de la imaginación.
Una vez que, durante la meditación, surja en nuestra imaginación algo nuevo, algo distinto a la rosa, es señal evidente que ya estamos progresando.
En principio, las imágenes carecen de colorido, pero conforme trabajamos, ellas se van revistiendo de múltiples encantos y colores; así progresaremos en el desarrollo interior profundo.
Un paso más avanzando en esta cuestión, nos llevaría a la recordación de nuestra vida y de nuestras vidas anteriores.
Incuestionablemente, quien haya desarrollado en sí mismo la facultad imaginativa, bien podría tratar de capturar o de aprehender, con este diáfano o translúcido, el último instante de su pasada existencia; entonces, en ese espejo lúcido de su imaginación, se reflejaría un lecho de moribundo, si es que en cama ha fallecido (porque, entre paréntesis, alguien podría morir en un campo de batalla o por un accidente).
Sería interesante ver a sus seres queridos, a esos que en la pasada [existencia le acompañaron en los últimos instantes, a los que escucharon los gritos de dolor] en la hora suprema.
Continuando con este proceso tan maravilloso, del desarrollo relacionado con la imaginación, podría intentarse conocer, ya no solamente el último instante de su vida anterior, sino el penúltimo, el tras-antepenúltimo, los últimos años, los penúltimos, hasta la juventud, la adolescencia, la niñez, y así, venir a recapitular, preciosamente, toda la vida pasada.
Similarmente, esto, llevado más lejos, nos permitiría también capturar cada una de nuestras vidas anteriores y así vendríamos, por experiencia directa, vívida, a verificar la realidad de la ley del eterno retorno de todas las cosas.
Mas no es el intelecto, precisamente, el que puede verificar esas realidades. Con el intelecto podemos discutir tal tema o afirmarlo, o negarlo, pero eso no es verificación.
Así pues, los invito a ustedes a la comprensión. La imaginación les abrirá las puertas de los paraísos elementales de la naturaleza.
Si con la imaginación tratamos de percibir un árbol; si meditamos en el mismo, veremos que está compuesto de multitud de pequeñas celulosas; percibiremos su fisiología, sus raíces, sus frutos; mas también lograremos ahondar un poco más y ver, directamente, la vida íntima del árbol. No hay duda de que éste posee eso que podríamos denominar «Esencia» o «Alma».
Cuando uno, en estado de manteya o samadhi, o éxtasis, o arrobamiento, percibe la conciencia de un vegetal, descubre, con claridad perfecta, que ésta es, ciertamente, una criatura elemental, una criatura que tiene vida, no perceptible para los cinco sentidos, no perceptible para la capacidad intelectiva, excluida completamente del terreno nustico-sensorial, mas sí perfectamente perceptible para el translúcido. Interesante resulta que en pasos posteriores, se puede llegar a conversar, a platicar con ese elemental.
Obviamente, la cuarta vertical posee sorpresas insólitas. Indubitablemente el Edén de que nos habla la Biblia, es la misma cuarta dimensión de la naturaleza; el paraíso terrenal es la cuarta coordenada; los campos Elíseos, la tierra prometida donde los ríos de agua pura de vida, manan leche y miel, es precisamente la cuarta dimensión de nuestro planeta tierra.
Imaginación creadora, es translúcido, es espejo mirífico del Alma, bien desarrollado con eficiencia idónea, mediante reglas esotéricas exactas, indubitablemente nos permite la verificación exacta, la verificación de lo que aquí estoy afirmando en forma enfática.
Así pues, yo les invito a ustedes claramente al análisis superlativo de todo esto. Yo les invito a el desarrollo de esa facultad cognoscitiva conocida siempre como «imaginación». Es una facultad extraordinaria.
En la cuarta vertical descubrimos templos extraordinarios; y es que la vida elemental está clasificada por el Logos: una es la familia, por ejemplo, de los naranjales y otra la de los eucaliptos. Para cada familia vegetal existen templos de la naturaleza.
Los Devas citados por los textos teosofistas, pseudo-esoteristas u ocultistas, gobiernan la vida elemental. Estos Devas son hombres perfectos, en el sentido más completo de la palabra, Iniciados que saben manipular las leyes de la naturaleza.
La imaginación creadora le permite a uno, pues, verificar por sí mismo, que la tierra no es un organismo muerto, no es algo rígido, una costra física desprovista de vida. La imaginación creadora le permite a uno saber, por sí mismo, que la tierra es un organismo vivo.
Me viene en estos momentos a la memoria, la afirmación aquélla Neoplatónica de que «el Alma del mundo está crucificada en la Tierra». Esa Alma del mundo es un conjunto de Almas, un conjunto de vidas que palpitan y tienen realidad.
Para las gentes hiperbóreas, los volcanes, los mares profundos, las vetas de los metales, las gargantas de las montañas, el huracanado viento, el fuego flamígero, las fieras rugientes o las aves, no eran sino el cuerpo de los Dioses.
No veían aquellos hiperbóreos en la tierra, algo muerto; para ellos el mundo era algo vivo, un organismo que tenía vida, y la tenía en abundancia. Entonces se parlaba en el Orto purísimo de la divina lengua, que como un río de oro corre bajo la selva espesa del Sol.
Aquél que sabía tañir la lira, arrancaba de la misma las más extrañas sinfonías. Todavía, por esos tiempos, no había caído sobre el pavimento del templo, la lira de Orfeo hecha pedazos.
Esos eran otros tiempos, esa era la época de la antigua Arcadia, cuando se rendía culto a los Dioses de la aurora, y cuando se festejaba cada nacimiento con fiestas místicas trascendentales.
Si ustedes desarrollaran en forma eficiente la facultad de la imaginación, no solamente podrían recordar sus vidas anteriores, sino comprobar, en forma específica, lo que aquí, con claridad completa, estoy expresando didácticamente.
Mas, la imaginación en sí misma y por sí misma, no es más que el primer escalón; un segundo escalón más elevado, nos lleva a la inspiración.
La facultad de la inspiración nos permite platicar, cara a cara, con toda partícula de vida elemental; la facultad de la inspiración nos permite sentir, en nosotros mismos, el palpitar de cada corazón.
Imaginemos por un momento, nuevamente, el ejercicio del rosal. Si después de todo, si concluido el meditar en el nacer y en el morir del mismo, desaparecidos los leños y los pétalos de la flor, queremos saber algo más, necesitamos de la inspiración.
Ha nacido la planta, ha dado frutos, ha muerto, ¿y después de todo qué? entonces necesitamos de la inspiración para saber ¿qué? cuál es el significado de ese nacer y de ese morir de todas las cosas.
La facultad de la inspiración es todavía más trascendental y necesita un gasto de energía mayor; se trata de dejar a un lado el símbolo sobre el cual hemos meditado; se trata de capturar su significado interior. En esto se necesita de la facultad de la emoción, del centro emocional.
El centro emocional viene, pues, a valorizar el trabajo esotérico de la meditación; el centro emocional nos permite sentirnos inspirados, y luego, inspirados, conoceremos el significado del nacer y del morir de todas las cosas.
Con la imaginación podríamos verificar la realidad de la existencia anterior; con la inspiración podríamos capturar el significado de tal existencia: su motivo, su causa, su porqué.
La inspiración, pues, está un paso más allá de la facultad de la imaginación creadora. Con la imaginación podemos verificar la realidad de la cuarta vertical, pero la inspiración nos permitirá capturar su honda significación.
Por último, más allá de la facultad de la imaginación y de la inspiración, tenemos que llegar nosotros a las cimas de la intuición. Así pues, imaginación, inspiración, intuición, son las tres escalas de la iniciación.
La intuición es algo diferente. Volvamos al rosal de nuestro ejemplo. Indubitablemente, con el proceso de la imaginación, durante el ejercicio esotérico trascendental y trascendente, hemos visto los procesos, hemos visto cómo creció el rosal, cómo dio frutos, y por último, cómo murió: se convirtió en un montón de leños.
La inspiración nos permitirá conocer el significado de todo eso, pero la intuición nos llevará a la realidad espiritual de eso; entonces penetraremos, con esa preciosa facultad superlativa, en un mundo exquisitamente espiritual; nos encontraremos, cara a cara, no sólo con el elemental (visto con la imaginación), el elemental del rosal, sino aun más: nos encontraremos con la chispa virginal, o la monada divinal, o partícula ígnea suprema del rosal; penetraremos en un mundo donde hallaremos a los Elohim creadores, citados por la Biblia mosaica o hebraica; veremos a toda la hueste creadora del ejército de la palabra, es decir, hallaremos al Demiurgo Creador del Universo.
Es esa intuición la que nos permitirá platicar cara a cara con los «Arcangeloides», con los Tronos, y ya no serán para nosotros una mera especulación o creencia, sino una realidad palpable, manifiesta.
La intuición podrá permitirnos el acceso a las regiones superiores del universo y del cosmos por medio de la intuición podremos estudiar cosmogénesis, antropogénesis, etc.
La intuición nos permitirá penetrar en los templos de la fraternidad universal blanca, en los templos de los Elohim o Prajapatis, o Kumarás, o Tronos.
La intuición nos permitirá conocer la génesis de nuestro mundo. Con la intuición podremos asistir a la aurora misma de la creación; saber, no por lo que haya dicho alguien, sino por vía directa, cómo surgió este mundo de entre el caos, en qué forma fue creado, de qué manera hizo aparición dentro del concierto de los mundos.
La intuición, pues, nos permitirá saber ya, en forma específica y directa, lo que no saben los brillantes intelectos de la época.
Pues existen muchas teorías en relación con el mundo, con el universo, con el cosmos, y éstas pasan de moda constantemente, como remedios de farmacia, como las modas de las damas o de los caballeros.
A una teoría le sigue otra, y a otra, otra, y al fin y al cabo, el intelecto no hace sino especular y fantasear a lo lindo, sin poder experimentar jamás lo real; pero la intuición le permite a uno conocer lo real; es una facultad cognoscitiva trascendental.
Grandioso es poder asistir al espectáculo del universo, sentirse uno, por un momento, aparte de la creación; mirar el mundo como si éste fuese un teatro, y uno un espectador; evidenciar cómo un cometa sale de entre el caos; cómo surge, pues, del No Ser (que es el Real Ser), cualquier unidad cósmica, etc.
Es la intuición la que le permite a uno saber que la Tierra existe por el karma de los Dioses, porque si no, no existiría. Es la intuición la que le permite a uno verificar el crudo realismo de tal karma.
Ciertamente, aquellos Elohim, Prajapatis o Padres, que en su conjunto constituyen lo Divinal, actuaron en un pasado ciclo de manifestación, mucho antes de que la Tierra y el sistema solar hubieran surgido a la existencia.
Veamos un caso muy simpático: mucho se discute sobre la Luna; piensan muchas gentes, de que ésta es un pedazo de tierra lanzado por la fuerza centrífuga del universo, al espacio; algo así como quien dispara un cohete atómico. Mas, la intuición, le permite a uno verificar las cosas en forma completamente diferente; la intuición, le permite a uno saber que la Luna es muchísimo más antigua que la Tierra.
Por algo es que nuestros antepasados de Anahuac decían «la Abuela Luna»; ella es, obviamente, nuestra abuela. Ella es la madre de la Tierra, y la Tierra es la madre de nosotros, total, es nuestra abuela. ¡Conceptos sabios de Anahuac!
La Tierra, realmente, surgió mucho más tarde, en el devenir de los siglos. La Luna fue un mundo rico en el pasado: tuvo vida mineral, vegetal, animal, humana; mares profundos, volcanes que hicieron erupción, etc.; los mismos científicos actuales han tenido que rendirse ante la evidencia concreta, de que la Luna es más antigua que la Tierra.
Aquellos Iniciados que cometieron el error de afirmar que «la Luna fue un pedazo desprendido de la Tierra», ahora quedaron mal, cuando se verificó con aparatos especiales, mediante el estudio de los guijarros traídos de la Luna, que ésta es más antigua que la Tierra. Y así es: tuvo humanidad, tuvo vida vegetal, fue un mundo rico.
¿Por qué se convirtió así, en Luna? La intuición le permite a uno saber que todo lo que nace tiene que morir, y que todo mundo del espacio estrellado, a la larga se convierte en una nueva Luna. Esta Tierra que nosotros habitamos, un día envejecerá y morirá, y se convertirá en una nueva Luna.
Y hay Lunas tan pesadas como, por ejemplo, la que gira alrededor del Sol Sirio, que tiene una densidad cinco mil veces más grave que la del plomo.
Así pues, volviendo a lo de nuestra Luna, diremos que es la madre de la Tierra. Pero, ¿por qué hago tan tamaña afirmación?
Por medio de la intuición vemos como después de que aquella vieja Luna, nuestra abuela, murió, el ánima-mundi lunar (crucificado en aquel satélite) se sumergió entre el seno del Eterno Padre Cósmico Común (el Absoluto), cuando llegó una nueva época de manifestación, después de un largo intervalo, cuando llegó, dijéramos, un nuevo gran día de actividad, esa Madre-Luna, esa Ánima-Mundi reconstruyó un nuevo cuerpo, se reencarnó, formó su nuevo cuerpo, que es esta Tierra.
Todas las criaturas que otrora existieran en la Luna murieron, pero los gérmenes de la misma, los gérmenes de toda vida vegetal, o animal, o humana, no murieron; esos gérmenes, proyectados por los rayos cósmicos, quedaron depositados aquí, en este nuevo planeta. (¡Hasta los gérmenes de nuestros mismos cuerpos!). Por tal motivo somos hijos de la Luna. Ella es la madre de todo lo viviente, ella es la madre de la Tierra.
Cuando uno hace una afirmación de éstas, ante un grupo de gentes sin instruidas, ante los eruditos del intelecto, ante aquéllos que están acostumbrados a jugar malabares con la mente, ante los fanáticos de los silogismos y de los prosilogismos y de los esilogismos del racionalismo subjetivista, pues, obviamente, se expone a la burla, al sarcasmo, a la ironía, a la befa, a la sátira, porque esto no puede ser admitido jamás por el racionalismo subjetivista del intelecto; esto que estoy diciendo, solamente puede ser asequible a la intuición.
Si ustedes quieren algún día llegar, de verdad, a la iluminación, a la percepción de lo real, al conocimiento completo de los misterios de la vida y de la muerte, necesitarán subir, incuestionablemente, por la gradería maravillosa de la imaginación, de la inspiración y de la intuición. El mero racionalismo, jamás podría llevarlos a ustedes, a estas experiencias íntimas, profundas.
En modo alguno nos pronunciaríamos nosotros contra el intelecto; lo que queremos es especificar funciones, y eso no es un delito.
Indubitablemente, el intelecto es útil dentro de su órbita; fuera de órbita, repito lo que ya dije al empezar esta plática, resulta inútil. Pero si nosotros nos fanatizamos con el intelecto, y de plano nos negamos a querer subir por los escalones de la imaginación, jamás llegaríamos, indubitablemente, a pensar psicológicamente.
Pues quien no sabe pensar psicológicamente queda atrapado, con exclusividad absoluta, por lo nustico-sensorial, y hasta puede convertirse, de hecho, en un fanático de la dialéctica marxista.
Sólo el pensar psicológico abrirá la mente interior; eso es obvio. Quien ha subido por los escalones de la inspiración y de la intuición, indubitablemente, de hecho, ha abierto las puertas maravillosas de la mente interior; surgen los intuitos desde adentro; se expresan a través de la mente interior, es decir, la mente interior sirve de vehículo a los intuitos.
Esta mente interior es la misma razón objetiva, especificada claramente por un Gurdjieff o por un Ouspensky, o por un Collins, o por un Nicoll.
Poseer razón objetiva, haber abierto la mente interior, y la mente interior funciona exclusivamente con los intuitos, con los datos del Ser, de la conciencia, de lo superlativo, de lo étnico, de aquello que es trascendental y trascendente en nosotros, y no de otro modo.
Bien, habiendo planteado este tema, queda abierta la discusión. El que quiera preguntar algo puede preguntarlo con la más entera libertad; el que no esté de acuerdo, puede refutar libremente, porque aquí hay libertad de palabra para todos. De manera que puedes tomar la palabra.
Discípulo. Maestro, me gustaría saber si existe alguna diferencia entre intelecto y mente.
Maestro. Pues el intelecto y la mente, en el fondo son lo mismo. Pero la mente no cultivada, no es intelecto; la mente cultivada es intelecto. Alguien podría ser muy inteligente, y sin embargo, no poseer intelecto. Así pues, no hay diferencia substancial, sino accidental. Distíngase entre potente y accidente, de acuerdo con la lógica formal.
A ver, todos tienen... no teman, pregunten, para que vayamos nosotros aclarando puntos. A ver, toma la palabra.
D. Venerable maestro, yo quisiera saber qué es la trasmigración de las almas.
M. Bueno, con mucho gusto, pero nos hemos salido del temario.
D. Lo que pasa es que lo menciono usted en el principio, y por eso.
M. Bueno, la trasmigración de las almas, o la famosa mentempsicosis de Pitágoras. Precisamente, en este momento que tú haces esa pregunta, me viene a la memoria un caso interesante.
Algún día, por esas calles de Atenas, ladró un perro (no solamente ladró, sino chilló también y aulló), bueno, lo cierto fue que Pitágoras andaba por ahí, junto con sus discípulos. Enojado, uno de sus discípulos, le dio de patadas al pobre can, entonces el sabio le reprendió, diciendo:
«No golpees a ese animal, porque en él he reconocido el alma de un amigo mío que murió hace tantos años».
Algo insólito, dirían, ¿verdad? y merece que se explique todo eso. Krishna enseñaba la doctrina de la trasmigración de las Almas (es lo mismo que la mentempsicosis de Pitágoras). Vale la pena explicarlo, y explicarlo de verdad.
Sucede que, todo ser humano, o todo humanoide, para hablar más claro, posee en sí mismo eso que podríamos denominar ego animal. No es el ego algo meramente individual...


VENERABLE MAESTRO SAMAEL AUN WEOR...